lunes, 18 de abril de 2011

El Arte de Itinerar por Loló Colombo

Tal vez por casualidad o por causalidad me pasa otra vez. Me encuentro con lo que buscaba sin buscarlo y tal vez, sin saber bien qué buscaba.
Entré por la puerta lateral al mundo del arte itinerante. Asomé y pasé. Acostumbrada a recorrer los mundos paralelos, ingreso despacio en este mundo. Ya antes pude compartir el mundo de la música muchas veces, por profesión, por amor, por trabajo, por pasión. Pero esta vez fue mi curiosidad innata e irrenunciable lo que me trajo a esta parada.
Muchas veces las personas confunden lo itinerante con lo vago, despreocupado, liviano y de poca profundidad. Hay de todo como en todos lados, es verdad.
Hace días tuve la oportunidad de acompañar a un músico en su recorrida nocturna por colectivos de la ciudad. Una experiencia que vale la pena vivir alguna vez. Con dedicación casi religiosa carga todos los días 9 kilos de menesteres en sus espaldas, pidiendo permiso para regalar lo que sabe: Magia a bordo. Una vez que logra subir, instantáneamente percibe en su aura el clima del espacio. Entre risas, bromas e ironías, entrega a su público una impresionante cantidad de energía. Entre esos viajantes algunos se conectan con él, otros ni lo miran y unos pocos lo rechazan. Una magia comienza a circular igual entre todos. Una búsqueda cómplice, una mirada diferente sobre lo que sucede en el viaje y en la sociedad entera. Son 18 minutos de brisa fresca y suave en la cara, te cambia el humor, te limpia la mirada y te abre el corazón. Todo un desafío. Y después… ya se va, con su risa y su carga a otra parada para empezar de nuevo.
No saben de hora de almuerzo, de frío ni de calor, de lluvia ni de viento. No tienen el baño al lado para ir cuando les plazca. Tampoco la máquina de café o la de bebidas, ni el teléfono del bar para pedir la comida. No tienen locker para dejar sus cosas mientras trabajan. No tienen escritorio ni silla para laburar confortables. No tienen tarjeta de débito ni menos de crédito, ni cuenta sueldo. 
Suelo sostener que la profesión de músico es tal vez una de las más sacrificadas y menos reconocidas. Hoy te afirmo: La de músico itinerante es sin dudas la de mayor entrega que conozco. Con una rutina, un horario, una mochila de sueños, varios acordes y un guión, el músico itinerante sale cada día a levantar la calle en sus espaldas. Vive al día, recorre y explora, se “planta” en tu bondi y seguramente muchas veces protestás. Hace ruido mientras hablás por teléfono, se mete en tu espacio y es probable que hasta te joda. Si lográs vencerte a vos mismo y regalarle esos minutos de atención, establecer una conexión en tu corazón por un instante, esa energía te inunda, te arrebata una sonrisa, lleva tu mente a un lugar imaginario donde se liberan las sensaciones.
De lo vago a lo itinerante hay mucha distancia. El laburo itinerante requiere de una disciplina y energía que no he conocido en trabajos convencionales o “formales”. Por eso, cuando alguien te diga que los artistas ambulantes son vagos, invitálo a recorrer con ellos un ratito, a entrar en sus vidas un instante. Invitálo a probar.
Los preconceptos son como los dogmas, creados por el hombre como herramientas de manipulación hacia otros hombres. Llevan a la estigmatización, a la marginalidad y la discriminación, a separar seres humanos. Por suerte la realidad y la verdad no se ajusta a definiciones sino que está a la vista de quien la quiera mirar.
Una persona como vos deja su carga y sus pensamientos en la puerta del subte o el bondi, se calza un personaje trabajado y creado y se atreve a cruzarse en tu camino por unos minutos. Trae la osada intención de entrar a tu espacio sin pedirte permiso, reciclarte la energía, robarte una sonrisa, apartarte de tu empecinada y negativa razón. Observálo, dejále lugar, establecé un vínculo de mirada y sentido, respetálo, colaborá con su gorra. Y cuando se haya ido y lo recuerdes esa sonrisa que se te dibuja en la cara y en la mente: te la regaló él mientras no te dabas cuenta.

MUY PRONTO: Más sobre artistas itinerantes!

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